A través de los años, mi hermana, que trabaja en el mundo de los seguros, me ha lavado amorosamente el cerebro con eso de "es mejor tener un seguro y no necesitarlo, que necesitar un seguro y no tenerlo"; por eso, aunque jamás lo usamos, no me arrepiento de los varios miles de dólares que pagamos en Indonesia "por si acaso". Es harto sabido que los seguros se basan en la ley de probabilidades, o sea, "es muy probable que, de los muchos que los pagan, solo unos cuantos los usen". El riesgo (para las aseguradoras, claro) de que uno empiece a gastarles dinero aumenta si las condiciones personales son desfavorablemente (sedentarismo, obesidad, tabaquismo y un montón de etcéteras), pero si eres joven y saludable (¿quién dijo yo?), ese riesgo es mínimo. Como soy tonto pero no tanto, tengo consciencia de que, sin una póliza de seguro médico, de presentarse un problema mayor (en países donde los sistemas de salud pública son infames o inexistentes) sencillamente hay que morirse, porque lo que el diablo pudiera ofrecer por nuestras almas pecaminosas jamás alcanzaría para pagar las facturas, inmensas como un tumor hipertrofiado, con las que suelen despedirnos los honrados doctores de sus clínicas con aire acondicionado, cuando nos dan de alta o cuando ("hay cosas que están en las manos de dios") nuestros deudos llorosos quieren retirar nuestro cadáver.
Estar "entre trabajos" puede ponernos (hablando de seguros, coberturas y demás hierbas) en zonas grises o "tierras de nadie". Claro que un hombre previsor (yo no lo soy, pero mi hermana es persuasiva y convincente y los años van enseñando a golpes) debe tomar la precaución de extender la cobertura del seguro del "trabajo anterior" hasta los días en que se inicia la protección del seguro del "nuevo trabajo". Y así lo hice. Todos menos el de vida.
Lo gracioso (o terrible, según se vea) del seguro de vida, es que para conseguirlo, hay que morirse (algo así como que, para verificar eso de la vida eterna, hay que abandonar esta efímera existencia y "usted primero, caballero"). Lo bueno (¡hay que mantener las actitud positiva!) es que tus herederos, a los cuales ibas a dejarle solo deudas, reciben un algo que puede darles tiempo para digerir la pena, recomponerse y empezar de nuevo.
No hablo de los seguros de vida de las telenovelas, esos que hacen millonaria a la viuda (negra) o al hijo (ingrato), me refiero a los sencillos, comunes y silvestres, que tenemos nosotros, empleados asalariados y aspirantes a raquíticos burgueses, que permiten que (además) la familia no se descalabre económicamente a la hora (accidental, importuna e imprevista) de morirnos.
El mío (el seguro, digo, el anterior) expiró en junio y el nuevo no me cubre hasta fines de julio, dejándome casi cuatro semanas "fuera de juego". Ahora bien, entiendo que lo más recomendable (y grato) sería no morirse, pero cuando uno se trepa a un avión que va a recorrer, dos veces en una semana, los quince mil kilómetros que separan Singapur y Nueva York, las apuestas empiezan y uno, mortal al fin, se pone nervioso.
Seguro de vida por tres semana no te venden o no sé o no supe buscarlo, lo que sí te ofrecen con mayor entusiasmo es el "de accidentes para viajeros", eso sí, conseguirlo fue otra historia que dejo para otro día (a ver si alguien me explica, ¿qué sentido tiene poder comprarlo "online" cuando luego te piden que imprimas todo y resulta que tú, de vacaciones y en medio de la mudanza, no tienes ninguna impresora a la mano).
Lo cierto es que ya soy un viajero asegurado (y hasta prometen pagarme ochenta dólares si mi vuelo se demora más de seis horas) y, supongo, debo sentirme feliz como la familia que aparece sonriente en el folleto. No sé, creo que prefiero no morirme ni accidentarme ni perder los vuelos. Además, con la lista de exclusiones tan grande y odiosa que tiene mi seguro, me dan ganas de decirle a mi (aún) improbable viuda: "si te pagan, vamos a medias".
Coda explicatoria: ¿Y qué tienen que ver Botero y Dalí con mi seguro de viajero? Nada. Solo que la oficina donde lo compré queda en la zona financiera de Singapur y allí, frente al río, después de malgastar un par de horas en deprimentes papeleos, nos encontramos con sendas estatuas del colombiano y del español, y mi mujer sonreía como dos vidas y yo decidí no morirme (al menos por ahora) y entendí que lo que acabábamos de pagar por el seguro era, en realidad, una donación para aquellos que, casi siempre, tienen mucho dinero, pero son muy pobres.
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Saturday, July 06, 2013
Entre Botero y Dalí
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Sunday, June 30, 2013
De Singapur a Malasia (y viceversa)
Cuando los niveles de polución en Singapur alcanzaron cimas históricas (que causaron histeria en la población y que algunos inescrupulosos —los hay todas partes— aprovecharon para "ganarse alguito" cobrando de más por las máscaras N95), nosotros, (aún) valientes turistas, nos decidimos por la huida al norte. Los vientos habían convertido la "Ciudad de los Leones" en una especie de Londres invernal con olor a parrillada y a treinta grados centígrados. Kuala Lumpur estaba libre de la humareda y a una distancia que nos liberaba de la necesidad de aviones y aeropuertos en la comodidad de un bus "deluxe", ideal para las casi doce semanas de embarazo (el de ella, claro, que mi barriga nada tiene que ver con la perpetuación de la especie sino, si quieren, con todo lo contrario).
El plan de evacuación empezó estableciendo comunicación con los dos refugios que allá tenemos (como dijo alguna vez Julio Ramón Ribeyro, "para qué quiero millones sin tengo amigos"). Ambos (ambas) respondieron afirmativamente. Gabriela y Amy son dos grandes amigas y estar con ellas y sus familias, es como estar en casa.
Amy estaba por partir de vacaciones a China y me desaconsejó el trote, "la contaminación está viniendo al norte, hoy amaneció el cielo oscuro, mejor vete a Bali, however, mi casa es tu casa (gringa ella, ama la frase mexicana y la honra), ven cuando quieras".
Gabriela, con quien comparto el pasaporte y, sobre todo, la amistad desde hace tanto, me reconfirmó las noticias, "Kuala amaneció un poco oscura, pero vente, que está mejor que en Singapur, tenemos una cena en casa, así que si te tomas el bus de las siete, llegas para el postre" (clarification for non-latinos: el postre en las cenas latinas puede servirse entre las once de la noche y las dos de la madrugada).
Para ir de Singapur a Kuala Lumpur existen decenas de líneas de buses que ofrecen, todas, el "mejor servicio" y el más rápido y los asientos más cómodos y todo eso. Consejo, si se sabe el destino final en Malasia, es mejor usar el servicio de la compañía que llegue más cerca a ese punto. Es de suponerse que, debido a las siempre exigentes normas singapurenses, no hay ninguna línea que sea tan mala (por lo mismo, si se viene en sentido inverso, tómese la que mejor se antoje, que acá, en esta isla, no hay cómo perderse).
Gabriela me dijo "toma Odyssey que te deja en la puerta del edificio". Si cualquier otra persona me recomendara viajar en una empresa que se llama "Odisea", yo —que, como Borges, creo que "el nombre es arquetipo de la cosa"— declinaría amablemente en favor de compañías como "First Coach", "Five Stars", "Luxury Tour" o "Super Nice"; pero si alguien sabe de viajes y compras es Gaby, así que adquirí los boletos en Internet (SG$50,00 c/u, solo ida).
Llegamos a la plaza "Balestier" a las 18:30 para tomar el bus de las 19:00. Partió a tiempo.
En el ómnibus no hay baño, pero sí tienen "wifi" y películas (con su pantallita individual, tipo avión moderno). Sirven comida (nada memorable, mejor llevar chocolates y galletas o sánguches de "7-Eleven" —los de huevo y queso, están buenos—) y dan agua o café. Cada dos horas se detienen para quien quiera estirar las piernas o necesite darle paz a la vejiga. El viaje es casi por completo en autopista, rápido y, me pareció, bastante seguro.
Una de las paradas es en la frontera, hay que pasar migraciones tanto en Singapur como en Malasia y, en uno de los extremos (el del país al cual está uno ingresando), hay un control de aduanas (quien venga a Singapur, que no traiga alcohol ni cigarros). No se tarda más de quince minutos. Si se quiere usar el baño, úsese el del lado de Singapur, siempre está más limpio.
En cinco horas llegamos (en Odyssey) a "Mont Kiara", zona moderna, limpia, tranquila y grata a la vista, hasta donde la neblina nos permitió observar. El bus, como Gabriela lo había anunciado, nos dejó en la puerta de "MK10", el condominio donde ella y Rudi (y Macarena y Lara y Ale) nos recibieron con los abrazos, las celebraciones, la alegría y la generosidad, con la que solo pueden recibir aquellos que han hecho de la amistad una nueva forma de familia.
Hubo quesos, lomo saltado, postre, historias, teacuerdas y todo eso que hace la gente cuando se quiere y se reúne y celebra la vida.
Todo estuvo extraordinario, salvo que, al amanecer del día siguiente, los cielos estaban tapados y los noticieros anunciaban que la contaminación, por capricho del viento, "se aleja de Singapur y ya ha llegado a Kuala Lumpur...".
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77 Farrer Drive, Singapore 259282
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