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Sunday, June 30, 2013

De Singapur a Malasia (y viceversa)

Cuando los niveles de polución en Singapur alcanzaron cimas históricas (que causaron histeria en la población y que algunos inescrupulosos —los hay todas partes— aprovecharon para "ganarse alguito" cobrando de más por las máscaras N95), nosotros, (aún) valientes turistas, nos decidimos por la huida al norte. Los vientos habían convertido la "Ciudad de los Leones" en una especie de Londres invernal con olor a parrillada y a treinta grados centígrados. Kuala Lumpur estaba libre de la humareda y a una distancia que nos liberaba de la necesidad de aviones y aeropuertos en la comodidad de un bus "deluxe", ideal para las casi doce semanas de embarazo (el de ella, claro, que mi barriga nada tiene que ver con la perpetuación de la especie sino, si quieren, con todo lo contrario).

El plan de evacuación empezó estableciendo comunicación con los dos refugios que allá tenemos (como dijo alguna vez Julio Ramón Ribeyro, "para qué quiero millones sin tengo amigos"). Ambos (ambas) respondieron afirmativamente. Gabriela y Amy son dos grandes amigas y estar con ellas y sus familias, es como estar en casa.

Amy estaba por partir de vacaciones a China y me desaconsejó el trote, "la contaminación está viniendo al norte, hoy amaneció el cielo oscuro, mejor vete a Bali, however, mi casa es tu casa (gringa ella, ama la frase mexicana y la honra), ven cuando quieras".

Gabriela, con quien comparto el pasaporte y, sobre todo, la amistad desde hace tanto, me reconfirmó las noticias, "Kuala amaneció un poco oscura, pero vente, que está mejor que en Singapur, tenemos una cena en casa, así que si te tomas el bus de las siete, llegas para el postre" (clarification for non-latinos: el postre en las cenas latinas puede servirse entre las once de la noche y las dos de la madrugada).

Para ir de Singapur a Kuala Lumpur existen decenas de líneas de buses que ofrecen, todas, el "mejor servicio" y el más rápido y los asientos más cómodos y todo eso. Consejo, si se sabe el destino final en Malasia, es mejor usar el servicio de la compañía que llegue más cerca a ese punto. Es de suponerse que, debido a las siempre exigentes normas singapurenses, no hay ninguna línea que sea tan mala (por lo mismo, si se viene en sentido inverso, tómese la que mejor se antoje, que acá, en esta isla, no hay cómo perderse).

Gabriela me dijo "toma Odyssey que te deja en la puerta del edificio". Si cualquier otra persona me recomendara viajar en una empresa que se llama "Odisea", yo —que, como Borges, creo que "el nombre es arquetipo de la cosa"— declinaría amablemente en favor de compañías como "First Coach", "Five Stars", "Luxury Tour" o "Super Nice"; pero si alguien sabe de viajes y compras es Gaby, así que adquirí los boletos en Internet (SG$50,00 c/u, solo ida).

Llegamos a la plaza "Balestier" a las 18:30 para tomar el bus de las 19:00. Partió a tiempo.

En el ómnibus no hay baño, pero sí tienen "wifi" y películas (con su pantallita individual, tipo avión moderno). Sirven comida (nada memorable, mejor llevar chocolates y galletas o sánguches de "7-Eleven" —los de huevo y queso, están buenos—) y dan agua o café. Cada dos horas se detienen para quien quiera estirar las piernas o necesite darle paz a la vejiga. El viaje es casi por completo en autopista, rápido y, me pareció, bastante seguro.

Una de las paradas es en la frontera, hay que pasar migraciones tanto en Singapur como en Malasia y, en uno de los extremos (el del país al cual está uno ingresando), hay un control de aduanas (quien venga a Singapur, que no traiga alcohol ni cigarros). No se tarda más de quince minutos. Si se quiere usar el baño, úsese el del lado de Singapur, siempre está más limpio.

En cinco horas llegamos (en Odyssey) a "Mont Kiara", zona moderna, limpia, tranquila y grata a la vista, hasta donde la neblina nos permitió observar. El bus, como Gabriela lo había anunciado, nos dejó en la puerta de "MK10", el condominio donde ella y Rudi (y Macarena y Lara y Ale) nos recibieron con los abrazos, las celebraciones, la alegría y la generosidad, con la que solo pueden recibir aquellos que han hecho de la amistad una nueva forma de familia.

Hubo quesos, lomo saltado, postre, historias, teacuerdas y todo eso que hace la gente cuando se quiere y se reúne y celebra la vida.

Todo estuvo extraordinario, salvo que, al amanecer del día siguiente, los cielos estaban tapados y los noticieros anunciaban que la contaminación, por capricho del viento, "se aleja de Singapur y ya ha llegado a Kuala Lumpur...".

Friday, June 21, 2013

De humos (en Singapur) y fuegos (en Indonesia)

Si de algo de jactan en Singapur (en realidad se precian de mucho, y razones no les faltan —ni ganas de recordárselo a sus vecinos—) es de ser una "ciudad jardín", tan eficiente, que muy pronto se convertirá, lo dicen ellos, en una "ciudad en el jardín". De hecho, el crecimiento exponencial de los espacios verdes y el aumento sostenido de la biodiversidad, permiten hallar zonas verdes por todas partes, tanto así que aún en Orchard Road —la más comercial y "aconcretada"de sus calles— es posible escuchar el canto de los pájaros compitiendo, con bastante alegría, contra los motores de los muchos carros y la música de las infinitas tiendas.

En Singapur, como en la Lima de mi infancia, se puede beber el agua que llega por la tubería sin tener que pasarla por filtros ni exorcismos, cuando ni en la vecina Yakarta ni en Johor, la provincia fronteriza con Malasia de donde Singapur importa parte del agua pura que consume, nadie se atreve a beberla del caño, ni con filtro. También es posible (y común, ¡y sabroso!) comer en los restaurantes populares —los famosos "hawkers"— donde, por unos cuantos dólares locales (US$1,00=SG$1,25), de rey a paje disfrutan de comida china, india, malaya, indonesia, turca y occidental, sin temor a infecciones ni enfermedades.

Ahora bien, en este jardín limpio y ordenado (no entraré en detalles políticos-policiales, solo diré que el caos de los países vecinos nos es, ni de lejos, el aceptable producto de democracias exquisitas y libérrimas), cae como un balde de agua fría o, para ser más exactos, como una brasa hirviente, cuando los vecinos del sur, especialmente en Sumatra, se dedican al bonito deporte de incendiar bosques naturales y desechos vegetales con el propósito de preparar el campo para sembrar más plantas de palma y producir más aceite.

La producción de aceite de palma ha sido cuestionada por muchas instituciones por ser ecológicamente insostenible, destructora del medio ambiente y de la biodiversidad. El cultivo de la palma es una de las causas esenciales de la pérdida del 40% de los bosques en la isla más grande de Indonesia y, además, ha puesto al borde de la extinción especie únicas como el tigre y el rinoceronte de Sumatra y el orangután. Sin embargo —y acá se complica el asunto—, el negocio del aceite de palma genera, solo en Indonesia, ventas anuales cercanas a los veinte mil millones de dólares y permite la creación —directa e indirecta— de unos seis millones de puestos de trabajo.

Los problemas de las "quemas" en Sumatra y Borneo vienen de lejos. Incinerar los campos ha sido una forma tradicional de preparar la tierra para el próximo cultivo, la diferencia es que una cosa es la quema artesanal de pequeños grupos de campesinos y, otra —ferozmente distinta y brutalmente mayor—, es cuando las corporaciones hacen lo mismo, en cientos de hectáreas, para abaratar sus costos de operación.

Ya en 1997, Singapur y varias regiones de Malasia, sufrieron por varios meses las consecuencias de los incendios causados en Indonesia. Esta crisis originó que la ASEAN (Association of Southeast Asian Nations) produjeran un "Convenio sobre la contaminación atmosférica transfronteriza". Solo uno de los países miembros no lo ha ratificado: Indonesia.

Esta semana, el problema ha escalado. Si en 1997 se llegó a niveles de polución de 226 (sobre un máximo de 500, donde más de 200 es "muy insalubre" y más de 300, "peligroso"), el viernes 21 de junio, al mediodía, las lecturas de la Agencia Nacional del Medio Ambiente de Singapur marcaron 401.

Las quejas de Singapur han sido calificadas "quejas de niños nerviosos" por el Ministro de Bienestar de Indonesia, quien ha agregado que muchas corporaciones productoras de aceite de palma que trabajan en Indonesia, son de capitales de Singapur o tienen sus oficinas allá. Singapur ha respondido pidiendo que se identifique a las empresas dueñas de las plantaciones para perseguirlas si están en su jurisdicción, a lo que Indonesia ha contestado que ellos van a juzgarlos (¡con lo eficaz y proba que es la justicia indonesia!).

Sin embargo, la perla más deliciosa ha surgido de otras declaraciones de ese mismo Ministro de Bienestar quien, temprano, acorralado por la campaña mediática que condenaba los incendios, protestó contra la ciudad-estado: "Singapur no dice nada cuando tiene aire fresco, pero se queja de la contaminación ocasional...". ¡Habrase visto!